VII

 

De repente, qué pocas palabras quedan: amor y muerte.

   Pájaros quemados aletean en las entrañas de uno.

   Dame un golpe, despiértame.

   Dios mío, ¿qué Dios tienes tú? ¿quién es tu Dios parde, tu Dios abuelo? ¡Qué desamparado he de estar el Dios primero, el último!

   Sólo la muerte se basta a sí misma. Se alimenta de sus propios excrementos. Tiene los ojos encontrados, mirándose entre sí perpetuamente.

   ¡Y el amor! El amor es el aprendizaje de la muerte.